lunes, 27 de septiembre de 2010

Cristinacha

A Néstor y Cristina, compañeros, amigos y hermanos.


Acá tenés mi mano.
No sé si sirve para algo
pero te la ofrezco
Que una sola tal vez no sirva para nada pero si hay muchos millones bueno bueno como diría el tano.
Y es lindo lo que estás haciendo,
perdón -lo que estamos haciendo.

¿Sabés?
Conocí alguien que no sé si hubo otro más lúcido entre nosotros.
Yo lo llamaba cariñosamente don Arturo
y él hablaba de señoras gordas.

Cristinacha...
¡Caramba!
Si las señoras gordas no te quieren a vos que miércoles te importa

Ya sé.
Todos sabemos que a veces tenés que sacar fuerzas de abajo de la tierra
y todos conocemos de cansancio y desaliento

¡Desaliento!
Vaya si lo conoceremos los que tenemos la cabeza rota de tanto haberlas golpeado contra las puertas
¿El cansancio?
La pucha si sabremos lo que es ese cansancio que se nos va metiendo en el caracú.

Cristinacha

¿Vos te acordás cuando en la escuela nos hablaban de French y de Berutti?
Quién nos hubiera dicho que a la querida escarapela la llevaríamos
cuando en el sur morían los muchachos.
Y que después... pero no quiero hablar de eso. Me hace daño.
Por eso te decimos es tan lindo lo que estamos haciendo.
Y tenés energías. Si no la sacarás de abajo de la tierra e iremos adelante...

Cristinacha, metele...
Dale metele que te están mirando los hermanos latinoamericanos.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Lechuza

Caminante de nuestra querida calle, te pido que me escuches unos minutos, unos pocos minutos, ya que tuviste la amabilidad de llevarte este tríptico.
Dejame que te cuente que hay en mi vida tres seres maravillosos, y que tengo la privilegiada felicidad de ver que no les falta techo, pan, ni juguetes.
Y eso, ¿por qué? Pues, muy sencillo, Porque los padres de ellos, mis hijos, tienen trabajo. Y yo anhelo luchar desde mi puesto de artista (o acaso puede no ser un luchador el artista?) para que no peligre el trabajo de su padre, mis hijos. Ni les enrarezcan el aire. Ni les quiten el agua, ni los vendan como esclavos. A ellos, Ezequiel Ignacio y Sofía Victoria Tarruella, los que me dio Rodrigo, y Tomás Agustín Tarruella, los que me dio Iñigo. Ellos mis nietos adorados.


Abuelita Ana María



I

Yanky...
No andes mirando a nuestros nietos.

II
Yo te encontré en la calle y te eché una escupida
y te ofendiste,
y hasta diría que te llevaste una sorpresa.
Claro, vos mandás en el mundo, y nosotros la suerte nos tiró al ring side.
Y ahora andás visualizando a nuestros nietos.
Ellos son lindos, sí
y por ahora tienen proteínas.
Y disculpame la franqueza, y si querés no me disculpes, ¡qué me importa!
Pero causas la sensación de la lechuza que va cortando una mortaja
en esas noches que ladran los perros.
—Ya lo ves, todo eso lo aprendí de mi pueblo,
que yo ni por decreto pertenezco al Primer Mundo.

Y así que ya sabés.
Llevate nuestra sangre,y tiranos a cambio unas monedas
y compranos el alma, que te sobra la guita.
Llevate todo, todo como el tango,
pero tené la honestidad de no ofenderte
si en la calle te largo una escupida.

Incienso

Al Querido, simpático y gordito cura Farinello.

I

¿Yo elegí mi camino?
No sé si lo elegí, pero no desoí Tu voz cuando llamaste.
Que
una
vez
escuché que me llamabas.
Una sola.
¿Si elegí mi camino?
No sé si lo elegí
pero no desoí Tu voz cuando llamaste.

Pero creí que iba a ser suave ese camino
de seguir Tu mandato de alegrarme y de regocijarme.
De acariciar al lobo
y hablarle con dulzura a la serpiente
y no pedí que fuera manso el lobo
ni inocuo el veneno.
Es más, nunca creí que hubiera lobos demasiado malos
ni venenos mortales.
Suave camino el mío
de repartirTe
y derramar el agua,
de entrelazar las manos
y ayudar a conducir la barca inevitable.
¿Acaso iba a dar miedo el salto inmenso?
Con Tu imagen delante...?
¡Qué lindo unir las manos
si fuera para siempre!
Suave camino el mío. Caminito de flores y de inciensos
y el tintineo de las campanillas.
—Siempre admiré al incienso
porque tiende hacia el cielo
pero no deja de aromar la tierra.
Siempre quise a las flores
porque nos brindan lo mejor de sí.
Y recuerdo aquél día en que llegué al altar de moño blanco
y oí la campanilla
y pensé que a mi lado había un ángel
y que el angel reía.

lunes, 20 de septiembre de 2010

El chico de la calle

Te ruego disculpes el título, lector. Yo sé que es remanido, y revela poca imaginación. Pero recurrí a mi poder de síntesis, y fracasé.
Y sin imaginación, sin síntesis, sin nada, busqué palabras y encontré sólo éstas, las que lo dicen todo: El chico de la calle.
Y ahí va el poema, lector. Que te guste, o que te llegue, o lo que vos quieras. Pero ahí va, teñido más de tristeza que de la literatura.



¿Quién dijo que todos los chicos son lindos?
¿Quién dijo que todos los chicos son como capullos de rosa, y que se yo cuántas pavadas?
¿Quién dijo tantas tonterías?
Que ayer te vi correr tras los centavos de la Muerte.
Y ayer,
justito ayer
me fijé en vos aunque te veo todos los días sin mirarte.
Perdoná el café con leche que te ofrecí, y no pienses en otro, que tal vez te lo niegue.
Perdoná la caricia furtiva de un instante y no pienses en otra, que tal vez también la niegue.
Perdoná la atención de algunos minutos y no pienses en pedirme más nada, que nada puedo hacer por vos o tal vez decida no volver a perder el tiempo inútilmente
y olvidate de todo.
Olvidá ese café que no va a repetirse, que a mí me cuesta ganarlo.
Olvidá la caricia que tampoco va a repetirse que a mí el tiempo no me sobra, aunque me digas que la caricia es gratis.
Y perdoname o perdonémonos, que es casi lo mismo, que ayer me conmoviste, aunque no por mucho tiempo.
Y olvidá todo eso.
Olvida todo, sí.
Pero por sobre todo olvidá mi cara.
Por favor no recuerdes mis facciones, que desde ahora me das miedo, chico de la calle.
¿O es que no ves que yo también tengo mucho que perdonarte...?
¿No ves que soy sensible, y hay cosas que me duelen...?
A mí me duelen las muletas, y los muñones mal hechos y la identidad que se pierde bajo el hollín.
Me duele verte ensombreciendo la belleza de mi ciudad, y quebrantando el andamiaje de mis principios.
Y sobre todo me duele decirte que te temo, chico de la calle.
Andá...
Corré tras los centavos de la Muerte...
No va a faltar quien quiera tirarte unas monedas.
Corré, que tal vez sea misericordiosa la rueda, y tras la búsqueda te esté esperando la tranquilidad,o mejor dicho, nos esté esperando y ya no tenga yo que seguir temiéndole, chico de la calle.




Y ahora Te pregunto...
Si era hermosa tu vida
y suave la expresión de Tu mirada
y amoroso Tu ejemplo
¿no era acaso que siguieras con nosotros
no digo mucho
pero un poquito más...?
Si de nada valió que nos dejaras...
Lo vemos cada día,
a cada hora,
en cada calle,
en cada esquina,
o en esa cara llena de hambre y en la mano
que se tiende aunque no mucho, porque tiembla.
Que siguieran fluyendo Tus palabras.
Que siguiera Tu mano bendiciendo.
Que quedaras con nosotros unos años y después...
bueno...
después veríamos.
¿Pero por qué clavar la mano que bendice
y torturar con espinas la frente luminosa?
¿Acaso era necesario apenarnos para siempre
para que se cumplieran las Escrituras?

No...
Si hubiéramos querido recordarte
en el lento declinar de cada día
y en el tranquilo fin. Y no esa muerte.

Aquella muerte cruel que, ya lo vemos,
no sirvió de nada.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Blues del Siglo XX (El "Anti-Cambalache")

I

Cuando empecé a comprenderte brillaba tu plenitud
y ya mi plenitud declina mientras tu brillo
se va hundiendo en el horizonte.

II

Veo desdibujarse la nitidez de tu contorno,
siglo increíble que te vas
aunque parezca que aún querés
asirte con ambas manos a la vida.
—Yo viví siempre inmersa en tu imponente grandeza
y en tu debilidad
y de ambas fui testigo.
Y fue en el tráfago de todo lo tuyo que quise volar
y pude hacerlo
aunque se me humedecieron las alas en lo inevitable
de las lloviznas—
Y aunque en tu compañía dulce o tormentosa
mil veces preparé las armas para el batallar de cada día
hoy estoy triste,
siglo envejecido
y compañero y como yo, nostálgico.
Hoy estoy triste
y tengo miedo ante el ruido de unos pasos
que retumban a lo lejos.
Que vos te vas.
Y viene el otro.
Y ya sentimos
sus misteriosos pasos enigmáticos.
Ya los sentimos retumbar
desde la pavorosa inspiración del hombre
—único ser
concientemente
conciente
en esta parte de creación que conocemos—

III

Te debo
¡qué se yo!
Te debo tanto...
Te debo la perspectiva de los paisajes percibidos
desde lo alto
y el resquemor de las alas chamuscadas en el vuelo.
Te debo el transitar por caminos antes intransitados
y el acceder a alturas antes inaccesibles.
Y el aguzar de la mirada para tratar de intuir desde allí
la totalidad de la tierra...
Querida, dulce Tierra...
la de las manos suaves que la miman y las garras
crispadas que la arañan...
—¿Fue desde siempre acaso que olvidamos
que a qué gastar el tiempo en bofetadas
si lo necesitamos para la caricia?—
Tierra querida y dulce, habitar del asombro...
—Alguna vez el hombre se asombró cuando brilló un relámpago
o cayó agua de las nubes,
o nació el fuego de una chispa entre las piedras
o brotó la semilla.
Y en su capacidad de asombro se asombró de que la Tierra fuese suya—
Maravillosa, suave, cálida, sonriente, protectora Tierra...
—Alguna vez también el hombre se asombró
cuando reconoció su imágen en el agua.
o comprendió que el perro no era su enemigo,
o enterró la semilla
y apretó las ubres
y se regocijó de que saliera la leche,
y en su capacidad de asombro se asombró que lo vendieran como esclavo—
¿Fue acaso desde entonces que olvidamos
que a qué desperdiciar cada partícula de nuestro tiempo
si a todas las necesitamos para ser felices...?

Te debo
¡qué sé yo!
te debo tanto...
Siempre miré la luz mientras tu fuego iluminaba.
Y no temí tus rayos.
Yo supe de la búsqueda de cada día en el laboratorio
y las horas pasadas ante el cálculo.
Y vi al hombre alejarse de la atmósfera.
Y a la ciencia luchar contra la muerte.
Y a las vidas troncharse por millones.
Y no temí rayos.
Ni siquiera
ante el diario develarse de misterios y el surgir de otros,
ni ante los ojos obsesivos fijos
en lo casi infinitamente pequeño y lo casi infinitamente lejano,
ni ante el impulso enorme de la ciencia
que alargó algunas vidas
mientras otras se perdían en la guerra o por el hambre
Te debo
¡qué sé yo!
te debo tanto...

IV

Y hoy estoy triste siglo compañero,
siglo increíble que te vas aunque aún parezca
que resistís con ansias el lento irse apagando de tu fuego

Cuando empecé a conocerte tus rayos caían perpendiculares,
y no pensé en el crepúsculo.
Y hoy me pregunto cómo podré seguir volando con las alas humedecidas por tantas lloviznas si ahora mismo siento frío cuando tus rayos oblicuos me hablan de atardecer.
Cómo podré levantar vuelo el día siguiente de aquel día
y preparar las armas para el batallar cotidiano
la mañana después de la noche que entre fuegos artificiales nos digamos adiós
o hasta luego.
Que habrá una tarde en que pierdas
como el sol
en Occidente
y surja el Otro al otro día de la mano de la aurora...

V

Que vos te vas.
Por una ley inexorable.
Y yo no sé si nos iremos juntos.

No sé si nos iremos tomados de la mano.
O soltarás la mía
para hundirte
¿dónde...?


Ana María Machado
La poeta del Teatro San Martín

lunes, 13 de septiembre de 2010

El baberito demasiado limpio (a la que es dos veces madre, la abuela)

Si viéramos dibujarse nuestro contorno...
Si alguna vez pudiéramos ver dibujarse nuestro contorno
y nos hablara lo irrefrenable del impulso
nada podría ya contra nosotros la jauría...

Vida que fluye por la herida de las horas
que se desperdician
sin el asombro diario
de las palabras nuevas e ininteligibles,
y del delantalito cuadrillé,
y el guardapolvo blanco.
Cunita inútil,
y escarpín vacío.
Y baberito demasiado limpio.

—No se ha de engañar tu piel al sentir otra
ni han de mentir tus rasgos al mirarte al espejo
pues fue el milagro
al apoyar las manos
y sentir la inquietud de tus movimientos—
Y siempre, siempre multitud de esperanzas
ante mis chispas
porque la noche en que me sumergieron
tiene millones de luces en sus ventanas
y las calles se alargan en un estertor que
me lleva a arañar las paredes siempre.
Siempre.
Desde que fue torcido el curso
del río de mi sangre.


Ana María Machado
La poeta del Teatro San Martín

lunes, 6 de septiembre de 2010

En la vía

¿Que se me nota alegre?
Es muy sencillo.
Hoy me pagaron bien.

Que me contás, hermano
flor de tormenta la de anoche
y yo tenía un techo...
Lástima ¡pucha digo! que vos estabas en la lleca
pero que ¡jorobarse!
a lo mejor a vos también te viene la suerte
y a la otra tormenta la podés escuchar tirado en la catrera.
Que a mí me dicen que robar es fácil, ¡y que se yo!
¿No lo hizo Jesucristo?
Necesitaba un burro y lo llevó
¿Que unos días después lo liquidaron?
Eso ya es otra historia.
Pero sabés...no sirvo.
Que lo hagan los grandotes, que lo hacen muy bien.
Si no mirá ese auto.
Mirá ¡me cachen diez! ese prodigio de la técnica
y ahora fijate en ese pibe
como sale corriendo a abrir la puerta
del auto de los ricos.


Yo solo tengo este lugar,
y este lugar es mío, y lo siento tan cálido...
¿Si lo compré? pregunta algún chistoso de esos que nunca faltan
¡Como si alguna vez hubiera yo podido
ir a un escribano en esta pobre vida mía pelandruna!

Pero dejemos eso, hermano
y haber si hablamos de algo bueno en este día.
¿Vos sabés lo que es eso?
saber que va a llover y que tenés un techo...

Ana María Machado
La poeta del Teatro San Martín

miércoles, 1 de septiembre de 2010

CAYETANO (Fué concebido en el año 2000 cuando la cosa estaba que ardía)

Qué importa si viniste o te trajeron
o si el pueblo sos vos
o es que vos sos el pueblo.
Qué importa si viniste o te trajeron
si llegaste a mi tierra y te quedaste
como uno más de la familia compartiéndolo todo.
La foto de los hijos en la repisita.
El asado en el patio y el bullicio
de los hinchas de fútbol los domingos.

Cayetano...
¡Qué cosa!
Si vos también estás en todas partes...

Recuerdo...
Perdón...
Todos lo recordamos.
Hubo una vez,
—aquella vez—
en que aprendí a mirarte.
—Entre nosotros todos alguna vez aprendimos a mirarte—
Vos.
Y el purrete.
Y el purrete era el mismo que en casa ponían en el pesebre.
Parecía contento el purretito...
Vos debías ser bueno...

Cayetano...
¡Qué cosa!
¡Si hay cosas que se llevan en el alma!

Es como si dijéramos siempre hay algún refugio en este mundo
o por lo menos algo de esperanza.
Y sentimos un poco de alegría.
Aunque sea un poquito, que ya es mucho.
Es como si dijéramos llevar un pedacito de la casa
ahí,en el parabrisas
del camión que devora los kilómetros,
ser un compinche del colectivero en esa geografía suburbana
o una chispa en la noche melancólica
del arquitecto que maneja un taxi.
—Es lúgubre el recuerdo de lo que fue una fábrica
e infinitas las colas mañaneras
enarbolando los avisos.
Es triste el ajetreo tragicómico de la semana...—

Esa mujer.
la verdadera.
Pide trabajo para su marido y paz en la familia, que es lo mismo.
Paz en la casa.
Paz en todo el barrio.
Y paz en todas partes.
Esa mujer.
La verdadera.

Y el muchachito.
El que volvió de aquella guerra con el alma en orsai
y el sistema nervioso hecho pomada.
Allá quedaron otros, sí.
Y el volvió.
El volvió de esa guerra de la farándula.

¿Y ahora...?

Qué importa la verdad histórica
ni el Canon de los Santos,
allá,en Roma.
Que importan los linajes de Venecia
si llegaste en un barco, como todos.
Para ser uno más entre nosotros, muy querido
y un poco de esperanza,
—aunque sea un poquito, que ya es
mucho—

Cayetano...
¡Que cosa!
¡Vos sí que sos alguna de esas cosas que
se llevan en el alma!

Ana María Machado
La poeta del Teatro San Martín