miércoles, 15 de septiembre de 2010

Blues del Siglo XX (El "Anti-Cambalache")

I

Cuando empecé a comprenderte brillaba tu plenitud
y ya mi plenitud declina mientras tu brillo
se va hundiendo en el horizonte.

II

Veo desdibujarse la nitidez de tu contorno,
siglo increíble que te vas
aunque parezca que aún querés
asirte con ambas manos a la vida.
—Yo viví siempre inmersa en tu imponente grandeza
y en tu debilidad
y de ambas fui testigo.
Y fue en el tráfago de todo lo tuyo que quise volar
y pude hacerlo
aunque se me humedecieron las alas en lo inevitable
de las lloviznas—
Y aunque en tu compañía dulce o tormentosa
mil veces preparé las armas para el batallar de cada día
hoy estoy triste,
siglo envejecido
y compañero y como yo, nostálgico.
Hoy estoy triste
y tengo miedo ante el ruido de unos pasos
que retumban a lo lejos.
Que vos te vas.
Y viene el otro.
Y ya sentimos
sus misteriosos pasos enigmáticos.
Ya los sentimos retumbar
desde la pavorosa inspiración del hombre
—único ser
concientemente
conciente
en esta parte de creación que conocemos—

III

Te debo
¡qué se yo!
Te debo tanto...
Te debo la perspectiva de los paisajes percibidos
desde lo alto
y el resquemor de las alas chamuscadas en el vuelo.
Te debo el transitar por caminos antes intransitados
y el acceder a alturas antes inaccesibles.
Y el aguzar de la mirada para tratar de intuir desde allí
la totalidad de la tierra...
Querida, dulce Tierra...
la de las manos suaves que la miman y las garras
crispadas que la arañan...
—¿Fue desde siempre acaso que olvidamos
que a qué gastar el tiempo en bofetadas
si lo necesitamos para la caricia?—
Tierra querida y dulce, habitar del asombro...
—Alguna vez el hombre se asombró cuando brilló un relámpago
o cayó agua de las nubes,
o nació el fuego de una chispa entre las piedras
o brotó la semilla.
Y en su capacidad de asombro se asombró de que la Tierra fuese suya—
Maravillosa, suave, cálida, sonriente, protectora Tierra...
—Alguna vez también el hombre se asombró
cuando reconoció su imágen en el agua.
o comprendió que el perro no era su enemigo,
o enterró la semilla
y apretó las ubres
y se regocijó de que saliera la leche,
y en su capacidad de asombro se asombró que lo vendieran como esclavo—
¿Fue acaso desde entonces que olvidamos
que a qué desperdiciar cada partícula de nuestro tiempo
si a todas las necesitamos para ser felices...?

Te debo
¡qué sé yo!
te debo tanto...
Siempre miré la luz mientras tu fuego iluminaba.
Y no temí tus rayos.
Yo supe de la búsqueda de cada día en el laboratorio
y las horas pasadas ante el cálculo.
Y vi al hombre alejarse de la atmósfera.
Y a la ciencia luchar contra la muerte.
Y a las vidas troncharse por millones.
Y no temí rayos.
Ni siquiera
ante el diario develarse de misterios y el surgir de otros,
ni ante los ojos obsesivos fijos
en lo casi infinitamente pequeño y lo casi infinitamente lejano,
ni ante el impulso enorme de la ciencia
que alargó algunas vidas
mientras otras se perdían en la guerra o por el hambre
Te debo
¡qué sé yo!
te debo tanto...

IV

Y hoy estoy triste siglo compañero,
siglo increíble que te vas aunque aún parezca
que resistís con ansias el lento irse apagando de tu fuego

Cuando empecé a conocerte tus rayos caían perpendiculares,
y no pensé en el crepúsculo.
Y hoy me pregunto cómo podré seguir volando con las alas humedecidas por tantas lloviznas si ahora mismo siento frío cuando tus rayos oblicuos me hablan de atardecer.
Cómo podré levantar vuelo el día siguiente de aquel día
y preparar las armas para el batallar cotidiano
la mañana después de la noche que entre fuegos artificiales nos digamos adiós
o hasta luego.
Que habrá una tarde en que pierdas
como el sol
en Occidente
y surja el Otro al otro día de la mano de la aurora...

V

Que vos te vas.
Por una ley inexorable.
Y yo no sé si nos iremos juntos.

No sé si nos iremos tomados de la mano.
O soltarás la mía
para hundirte
¿dónde...?


Ana María Machado
La poeta del Teatro San Martín

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