miércoles, 22 de septiembre de 2010

Lechuza

Caminante de nuestra querida calle, te pido que me escuches unos minutos, unos pocos minutos, ya que tuviste la amabilidad de llevarte este tríptico.
Dejame que te cuente que hay en mi vida tres seres maravillosos, y que tengo la privilegiada felicidad de ver que no les falta techo, pan, ni juguetes.
Y eso, ¿por qué? Pues, muy sencillo, Porque los padres de ellos, mis hijos, tienen trabajo. Y yo anhelo luchar desde mi puesto de artista (o acaso puede no ser un luchador el artista?) para que no peligre el trabajo de su padre, mis hijos. Ni les enrarezcan el aire. Ni les quiten el agua, ni los vendan como esclavos. A ellos, Ezequiel Ignacio y Sofía Victoria Tarruella, los que me dio Rodrigo, y Tomás Agustín Tarruella, los que me dio Iñigo. Ellos mis nietos adorados.


Abuelita Ana María



I

Yanky...
No andes mirando a nuestros nietos.

II
Yo te encontré en la calle y te eché una escupida
y te ofendiste,
y hasta diría que te llevaste una sorpresa.
Claro, vos mandás en el mundo, y nosotros la suerte nos tiró al ring side.
Y ahora andás visualizando a nuestros nietos.
Ellos son lindos, sí
y por ahora tienen proteínas.
Y disculpame la franqueza, y si querés no me disculpes, ¡qué me importa!
Pero causas la sensación de la lechuza que va cortando una mortaja
en esas noches que ladran los perros.
—Ya lo ves, todo eso lo aprendí de mi pueblo,
que yo ni por decreto pertenezco al Primer Mundo.

Y así que ya sabés.
Llevate nuestra sangre,y tiranos a cambio unas monedas
y compranos el alma, que te sobra la guita.
Llevate todo, todo como el tango,
pero tené la honestidad de no ofenderte
si en la calle te largo una escupida.

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