lunes, 20 de septiembre de 2010

El chico de la calle

Te ruego disculpes el título, lector. Yo sé que es remanido, y revela poca imaginación. Pero recurrí a mi poder de síntesis, y fracasé.
Y sin imaginación, sin síntesis, sin nada, busqué palabras y encontré sólo éstas, las que lo dicen todo: El chico de la calle.
Y ahí va el poema, lector. Que te guste, o que te llegue, o lo que vos quieras. Pero ahí va, teñido más de tristeza que de la literatura.



¿Quién dijo que todos los chicos son lindos?
¿Quién dijo que todos los chicos son como capullos de rosa, y que se yo cuántas pavadas?
¿Quién dijo tantas tonterías?
Que ayer te vi correr tras los centavos de la Muerte.
Y ayer,
justito ayer
me fijé en vos aunque te veo todos los días sin mirarte.
Perdoná el café con leche que te ofrecí, y no pienses en otro, que tal vez te lo niegue.
Perdoná la caricia furtiva de un instante y no pienses en otra, que tal vez también la niegue.
Perdoná la atención de algunos minutos y no pienses en pedirme más nada, que nada puedo hacer por vos o tal vez decida no volver a perder el tiempo inútilmente
y olvidate de todo.
Olvidá ese café que no va a repetirse, que a mí me cuesta ganarlo.
Olvidá la caricia que tampoco va a repetirse que a mí el tiempo no me sobra, aunque me digas que la caricia es gratis.
Y perdoname o perdonémonos, que es casi lo mismo, que ayer me conmoviste, aunque no por mucho tiempo.
Y olvidá todo eso.
Olvida todo, sí.
Pero por sobre todo olvidá mi cara.
Por favor no recuerdes mis facciones, que desde ahora me das miedo, chico de la calle.
¿O es que no ves que yo también tengo mucho que perdonarte...?
¿No ves que soy sensible, y hay cosas que me duelen...?
A mí me duelen las muletas, y los muñones mal hechos y la identidad que se pierde bajo el hollín.
Me duele verte ensombreciendo la belleza de mi ciudad, y quebrantando el andamiaje de mis principios.
Y sobre todo me duele decirte que te temo, chico de la calle.
Andá...
Corré tras los centavos de la Muerte...
No va a faltar quien quiera tirarte unas monedas.
Corré, que tal vez sea misericordiosa la rueda, y tras la búsqueda te esté esperando la tranquilidad,o mejor dicho, nos esté esperando y ya no tenga yo que seguir temiéndole, chico de la calle.




Y ahora Te pregunto...
Si era hermosa tu vida
y suave la expresión de Tu mirada
y amoroso Tu ejemplo
¿no era acaso que siguieras con nosotros
no digo mucho
pero un poquito más...?
Si de nada valió que nos dejaras...
Lo vemos cada día,
a cada hora,
en cada calle,
en cada esquina,
o en esa cara llena de hambre y en la mano
que se tiende aunque no mucho, porque tiembla.
Que siguieran fluyendo Tus palabras.
Que siguiera Tu mano bendiciendo.
Que quedaras con nosotros unos años y después...
bueno...
después veríamos.
¿Pero por qué clavar la mano que bendice
y torturar con espinas la frente luminosa?
¿Acaso era necesario apenarnos para siempre
para que se cumplieran las Escrituras?

No...
Si hubiéramos querido recordarte
en el lento declinar de cada día
y en el tranquilo fin. Y no esa muerte.

Aquella muerte cruel que, ya lo vemos,
no sirvió de nada.

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